Unas notas excelentes, el primero de la promoción. Me sentía completamente feliz tras haber finalizado mi máster y tener sobre la mesa una oferta de trabajo de una de las firmas de consultoría más reputadas a nivel mundial. Sin dudarlo, firmé el contrato. Nada menos que asistente de uno de los socios directores, Don Juan José Martínez.
Los primeros meses fueron pasando y cada vez me sentía más a gusto, aprendiendo mucho y conociendo la realidad de lo que hasta ahora solo había oído en mis estudios. Estaba en la cumbre y dedicaba mi vida a mi trabajo. El trato con mi jefe era exquisito. Era una persona de unos 50 años aproximadamente, alto y de complexión fuerte, con unas pocas canas que le daban un toque de seriedad. Tenía un magnetismo personal increíble, tanto que cualquier deseo suyo era para mí una orden. La confianza entre ambos era cada vez mayor y por tanto tenía acceso a reuniones y conversaciones de mayor nivel.
Mi vida personal, simplemente, no existía. No tenía pareja (nunca la había tenido más allá de algún rollo de fin de semana que habían consistido en poco más que besos) ni en ese momento lo deseaba. Diría que mi carrera era mi pareja y mi familia.
En una ocasión que mi jefe tenía que visitar a un importantísimo empresario me dijo que le acompañara. Bajamos a la puerta del edificio de nuestra empresa y nos estaba esperando un coche negro y grande. Subimos en el asiento trasero. El coche tenía una mampara que nos separaba del conductor. D. Juan José pulsó un botón y le indicó la dirección a la que íbamos. Se trataba de la sede de una de las más importantes empresas del IBEX.
- Este coche -me comentó- es como una extensión de mi despacho. Estamos completamente insonorizados.
Dio una orden en voz alta al conductor (sin apretar el botón) y éste ni se inmutó.
- Lo ves? Aquí necesito la misma confidencialidad que en el despacho.
- Sin duda es importante -dije.
- Por esto mismo, puedes hablar en confianza -me dijo-. Poco o nada sé de tu vida privada. ¿Qué tal te encuentras trabajando con nosotros?
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